Jamp Palô, actor, dramaturgo y director de ‘El Malecón’
El nuevo director de ‘El Malecón’ estrenará su nueva obra ‘Cadáver que te veo’ el próximo mes de octubre | Reportaje gráfico: Alex Zea
«Hay que ser muy honesto contigo mismo para dedicarte al teatro»
El nuevo director de El Malecón, el grupo de teatro de la ONCE de Málaga, es un hombre feliz. Derrocha vitalidad en todos los poros de su piel. Un entusiasmo que transmite a sus componentes y que se respira en cada ensayo. Escribe poesía desde los 12 años y le gusta contar historias desde pequeño pero siempre desde un punto de vista diferente. Actor, director, dramaturgo y gestor cultural, Jamp Palô (Antequera, Málaga, 1982), es un hombre de teatro social por convicción. En un antebrazo lleva tatuado en braille el nombre de su perro, en el dedo de una mano un dibujo con el que identifica a las personas con Síndrome de Down, y en otro dedo de la otra una abeja que simboliza la vida. Ahora abre una nueva etapa en ‘El Malecón’ para llevarlos hasta donde ellos quieran llegar.
¿Cuál fue su primer contacto con el teatro?
Fue a los 17 años, o sea súper tarde comparada con la vida tan intensa que llevamos los actores, en el taller de teatro de Antequera, donde nací, crecí y viví. Pusieron en escena una obra que se llamaba ‘Fedra’ de Racine, que es muy intensa. Y cuando fui por primera vez al teatro con 17 años, veo esa magia, esos personajes, yo dije, quiero probar. Curiosamente el día 30 de enero del año 2000 fue la primera vez que me subí a un escenario. Lo recuerdo perfectamente porque tenía 18 años y era mi cumpleaños. Entonces fue como un regalo de cumpleaños. Y fue muy guay porque lo primero que hice fue una improvisación de caramelos de menta. El grupo de Teatro de Antequera eran gente de la ciudad y todavía a día de hoy sigo con contacto con mi ciudad haciendo varias cosas de teatro.
Estudió Arte Dramático.
Hice la licenciatura de Arte Dramático pero de textual, que eso es de aprender texto como actor. Paralelamente a la carrera hice un máster en Alemania, en la que nos cogieron a diferentes personas del mundo y teníamos que inventar una obra a partir de un autor de nuestra tierra. Fue en Memmingen y allí hice una especie de máster de dirección. Pero lo que yo estudié es arte dramático e interpretación textual.
¿En qué momento se encamina hacia la dirección más que a lo que la propia interpretación?
Pues casi paralelamente. Mi percepción del teatro no es subirte a unas tablas. A mí me gusta contar historias desde pequeño, me las contaba a mí mismo y se las contaba a mis juguetes y a mis Clicks. Y descubrí que también podía contar las historias desde esa forma. Siempre he escrito desde los 12 años poesía. He sido como cuando vas a un bufé libre, que lo voy a probar todo, un poquito de esto, un poquito de lo otro. Son como etapas que he tenido en la vida. De dirección he ganado premios, de actor no. Voy probando las cosas, las que me gustan, investigo. Intento no aburrirme, que eso es muy bueno porque si solamente te dedicas a estudiar un texto y decirlo, al final tu talento se te vicia. Me gusta mucho probar, probar, probar, y escuchar a la gente con la que trabajo, que es primordial para mí.
“Descubrir el teatro fue muy catártico”
Jamp Palô sostiene que las palabras «pesan, pisan y posan» y reconoce que su creatividad es también una vía de escape.
¿Ya tenía referentes entonces?
En casa ninguno. Sociales tampoco. Literalmente, para mí fue un descubrimiento de ¿Qué leche es esto? Para mí fue muy catártico. Yo quería hacer eso, quería probarlo. Siempre he sido un niño muy curioso pero introvertido y jugaba mucho con mi mundo interior, de descubrir las cosas. Después hubo una parte muy científica en mí que todavía la tengo porque yo quería ser biólogo marino en Antequera, en la mitad de la nada, pero eso sí fue por influencia de un profesor. Eso me ha dado muchísima universalidad a la hora de escribir. Los juegos de palabras con nombres científicos me fascinan. Yo soy súper fan de las palabras. Creo que todas las palabras dicen más de lo que está escrito. Siempre digo que las palabras pesan, pisan y posan porque te pueden pesar, te pueden pisar o te pueden elevar un poco, incluso te pueden catapultar. Y cuando una palabra te posa es como la mariposa que se te queda contigo y es muy bonito.
Escribir poesía a una edad tan temprana, ¿le generó algún problema en su preadolescencia? ¿Se sentía diferente?
Yo escondía mi libreta de poesías debajo de la cama hasta que mi madre la encontró. Muero de vergüenza. En el colegio era el típico niño que en vez de jugar con el balón me sentaba a mirar cómo los demás jugaban, pero sin ninguna pena, es decir, no me gusta, vale, pues ya está, ¿no? Con 42 años que tengo ahora, creo que he valorado el tiempo desde un punto de vista más personal e interior. No estoy diciendo que yo sea místico, aunque tengo mi parte mística como casi todo ser humano. Para mí era más interesante coger el envoltorio del bocadillo y hacerme un animal de plata. No te puedo decir por qué, porque para mí eso era lo normal. Y cuando descubro que no es tan normal, es verdad que te crea un sentimiento de soledad. Pero descubres que, si ese sentimiento de soledad lo llevas por un sentimiento de selección, te vuelves un poco más selectivo. Eso también me ha dado una empatía enorme. No sé si es psicología u olfato. Al final es una capacidad de supervivencia social si lo piensas.
¿En alguna medida ese torrente de creatividad que ha desplegado a lo largo de su trayectoria ha sido una vía de escape para una realidad que no le gustaba?
Total, total. Mis padres estaban divorciados, mi familia no es una familia muy unida, yo tenía mis válvulas de escape como mis dibujos animados. Y sigo desayunando con dibujos animados, es que me flipa. Yo veo las películas de Disney desde un punto de vista de cómo puedo cambiar su historia. Y lo he hecho. En mi Bella Durmiente la maléfica no es tan mala y en mi Caperucita Roja la culpable no es el lobo, es otra persona. Es contar las historias otro punto porque mi historia personal la he tenido que contar desde estos puntos.
“Mi objetivo es hacer que la gente se pregunte quién es la persona ciega en escena”
El director de ‘El Malecón’ trabaja con personas con discapacidad «como si no tuvieran discapacidad pero teniéndola en cuenta»
Hay mucho de su yo en sus obras.
Muchísimo y últimamente me he dado cuenta de que el tema de celebrar el cumpleaños es un leitmotiv que se me repite muchas veces. Tengo una obra que se llama ‘Caber infierno’, en la que el personaje que se llama ‘El Delito’ celebra el cumpleaños de su madre, pero le causa un pavor tremendo por unas cosas. Me he dado cuenta de que el cumpleaños sigue siendo una parte importante para mí y después lo estudias porque te tienes que analizar y ser muy humilde y honesto contigo mismo para dedicarte al teatro. Si tú no te conoces desde ese punto de vista, no puedes ser alguien dentro de una escena. Yo no te tengo que exponer mi miedo en escena, voy a exponer los miedos de Hamlet, por eso digo que esas máscaras te dan una vía de escape.
Precisamente el teatro le permite encubrir su propio yo, ¿no es así?
Sí, pero no todo el mundo, porque la gente muchas veces se cree que subirse a escena es memorizar un texto y decirlo. En ‘El Malecón’ están sudando tinta para que no sean ellos. El poder ser durante una hora y media otra persona es maravilloso porque te olvidas de miedos, problemas, inquietudes y quebraderos de cabeza. El teatro tiene ese misticismo que hablábamos.
¿Se siente más director que actor?
He estado en una etapa en la que me apetecía mucho más escribir y actuar y ahora estoy en una etapa que me encanta dirigir, pero no a todo el mundo y quiero actuar más. Ahora mismo estoy ensayando ‘Kilogramers’, una producción de Factoría Echegaray dirigido por Nora S. Cantero y Pedro Hofhuis, donde se da mucha visibilidad a problemas como la gordofobia y los trastornos de alimentación. Además, con Tony Cascales y Juanjo del Junco, tenemos una compañía ‘La Intercalada’ en la que también estoy como actor. Y para mí está siendo una gozada poder volver a conectar con mi yo actor.
¿Cómo llega al teatro social?
De carambola. Yo estaba en primero de la Escuela Superior de Arte Dramático, me dijo una profesora que hacía falta un director para dar un tallercito de teatro, y voy el primer día y me encuentro que es un grupo de personas con Síndrome de Down. Y digo; ¡Ostras!, ¿Dónde me he metido? Al principio, mucho malestar, estuve como dos semanas muy revuelto, muy mal incluso conmigo mismo. Y me dieron un consejo. Mari Carmen Salado, que por aquel entonces era compañera y jefa me dijo; Tú tienes que trabajar con los Síndromes de Down y con todo el tipo de personas con discapacidad como si no tuvieran discapacidad, pero tenla presente. Y hasta hoy sigo trabajando así.
¿Qué ha aprendido con el trabajo con personas con discapacidad en el escenario?
Que cada persona es diferente y que cada persona necesita -que es de los verbos más bonitos que tiene la lengua castellana-, una cosa diferente. Yo no puedo hacer una obra de teatro sin saber qué necesita, por ejemplo, Manoli. No puedo diseñar una escenografía sin saber lo que necesita Maché o Lola que son componentes de aquí de ‘El Malecón’. Yo tengo que facilitar. Yo ya no soy un director, soy un facilitador. Mi objetivo dentro de ‘El Malecón’ es hacer que la gente se pregunte quién es la persona ciega en escena. Creo muchísimo en la autonomía, por encima de mil cosas. Creo que cada persona tiene que tener su espacio creativo. Yo no puedo llegar y decirte, te voy a poner ahí ¡Respira! porque eso no es teatro, eso es marionetismo. Lo primero que quiero hacer contigo es que tú estés bien, crearte un bienestar, porque al final el teatro social uno de los primeros factores que tiene es el bienestar. No es un paternalismo. Mi objetivo contigo, persona ciega, es que te lo pases bien sin tener ningún peligro para ti. Creo muchísimo en la accesibilidad -que es una palabra horrible, es la menos accesible del mundo-, pero a mí me gusta hacerlo fácil.
¿Se siente solo en la defensa de este modelo?
Es que esta metodología ha sido un camino. Yo empecé sin saber nada y ahora sé más. Tengo la grandísima suerte de que el Teatro Cánovas de Málaga ha visto el potencial que tengo de filosofía de docencia para las personas con discapacidad y me encargaba proyectos y me pide asesoramiento a nivel de accesibilidad. Gracias al teatro Cánovas he podido hacer cosas muy bonitas, que es una especie de plataforma que se llama Escenautas, navegantes de la escena, en la que doy cabida a colectivos de diferentes discapacidades, desde personas con parálisis cerebral a personas ciegas. Ahora en mayo tenemos aquí dos talleres para personas con ceguera o baja visión y con sordoceguera y se les va a acercar el teatro desde el crecimiento del bienestar. Cánovas me da ese espacio para poder desarrollar todos los proyectos. Y es maravilloso.
No es habitual ver a la discapacidad en el cine, no lo es en el teatro, y cuando eso ocurre es casi un éxito garantizado.
Y ya no solamente un éxito garantizado es que el teatro no deja de ser un punto de encuentro social y es que todas las personas con discapacidad son parte de la sociedad. ¿Por qué no se va a visibilizar desde ahí también? En el escenario y en el patio de butacas.
“Necesitamos agitadores que lleven a los jóvenes al teatro”
Jamp Palô considera que el teatro cambia la realidad de quien lo vive
Tras la etapa de Mel Rocher, ¿Qué se ha encontrado en ‘El Malecón’?
Mucha inquietud. Era como una incertidumbre entre todos los que estaban por la expectativa con el nuevo. Y sobre todo ganas de probar cosas nuevas. Y los afiliados que los escucharan. Han agradecido que la obra que he hecho sea casi a la medida. Es un Frankenstein porque he cogido obras de aquí, he puesto cosas mías, de otras obras, lo he metido todo en un batiburrillo y he creado un texto. Me he encontrado ganas de seguir, que eso al final, quieras o no, es que les ha picado el veneno.
¿Qué quiere hacer con ‘El Malecón’? ¿Hacia dónde lo dirige?
Quiero hacer teatro. Quiero llegar hasta donde ellos me dejen llegar, donde ellos quieran verdaderamente llegar. Prefiero que el ritmo lo marquen ellos. Yo siempre se lo digo, vamos a montar las escenas que os sepáis, y el ritmo lo marcan ellos.
¿Siempre un enfoque coral para que haya equilibrio en el reparto?
Es el primer año. Que tú te merezcas ser protagonista no lo puedes demostrar en dos, tres meses. Para una persona que se merezca un protagonista es que verdaderamente trabaja, viene con un texto aprendido, tiene disciplina, sabe cuándo callar, cuándo decir. Cuando estamos trabajando tiene que haber disciplina. Lo que sí tengo claro es que las personas videntes tienen que ser también como una especie de tentáculos míos dentro de escena, tiene que ser apoyos a las personas que verdaderamente lo tienen un poquito más complicado.
¿Y ve trabajo y disciplina en el grupo?
A veces los quiero matar -se ríe-. Pero como director debes tener una capacidad de gestión grupal a través de la emoción. Y tienes que entrar por una habitación y saber cómo está, el ambiente, eso lo vas desarrollando. Hay días que digo, mira, hoy no, hoy no vamos a llegar a dos escenas porque estamos más densos.
El estreno de la nueva obra está previsto para octubre, serán nueve meses de trabajo.
Sí.
¿Y cómo establece ese trabajo?
Cuando yo entro lo primero que tengo que conocer el material humano. Estuvimos como el primer trimestre hasta diciembre conociéndonos, haciendo cohesión de grupo, viendo tus potencias, viendo tus carencias, sus inquietudes, no viendo la discapacidad.
¿Cuáles diría que son los puntos fuertes y débiles del grupo?
Eso es una pregunta muy complicada de responder. Punto fuerte es que hay paciencia porque para montar una obra debes tener paciencia. Hay muy buen rollo, aunque es inevitable al final chocar a nivel incluso político, ideológico, religioso. Chocas, pero hay respeto. Hay muchas ganas de compartir que eso es muy bonito. Y punto débil es que no te lo puedo decir porque no veo ninguno ahora mismo.
En el mundo en el que vivimos, inmersos en medio de tanta radicalidad y crispación, ¿Qué cree que aporta el teatro?
Cambiarte la realidad. El teatro tiene como un superpoder que, durante dos, tres horas, de ensayo a ti se te olvida lo que tienes que hacer o si tienes reuma porque estás disfrutando si te hacen disfrutar. Porque después es verdad que hay personas que a lo mejor no tienen una sensibilidad para hacerte disfrutar.
¿Por qué recomendaría hacer teatro a las personas ciegas?
Sobre todo, porque pueden tener voz. Porque el teatro al final se convierte en un pequeño altavoz para incluso denunciar cosas, exponer, visibilizar y en este caso se puede visibilizar muchísimo el tema de la visión. El teatro, además, te da una tranquilidad, con todo lo que conlleva los nervios, porque estás arropado, porque cuando tú estás en escena sabes que si se te olvida el texto tu compañero te va a salvar el culo. Y eso no lo tenemos día a día. El teatro al final se convierte en tu segunda familia. Al final te encuentras con tu equipo, que a nivel emocional te respalda, que no te juzga, y cuando algo te sale bien te sube la autoestima, te lleva a caminos que tú verdaderamente no sabías que existían. En definitiva, sea cual sea tu condición, tengas o no discapacidad, regálate hacer teatro.
¿Se siente más cómodo en el camino de la comedia?
Si es para interpretar me gusta muchísimo la comedia. He hecho muchísimas cosas de comedia. Si es para dirigir prefiero una comedia porque la gente con la que trabajo, tanto en ‘El Malecón’ como en el Aula de Mayores de 55 años de la Universidad de Málaga prefieren comedia. Meter un drama con dolor de cabeza, con temas que son controvertidos, no creo que sea necesario con los colectivos que yo trabajo.
Hay ganas de pasarlo bien.
Hay necesidad de bienestar, no de pasárselo bien, que es diferente. Y el bienestar entra también por el humor. Yo siempre digo que la docencia tiene que tener tres ‘h’; humor, honestidad y humildad. Y si yo me equivoco en un ensayo, digo, señores, me he equivocado.
La nueva obra ‘Cada-Ver que te veo’ ¿Qué es?
Es un poca vergüenza -se ríe-. Es el resultado, el producto que ellos querían. Cuando yo en el proceso de conocimiento del grupo, les digo ¿Qué queréis hacer? todos me llevaban a que querían una comedia que tuvieran mucha entrada, mucha salida, que fuera cómica, que tuviera mucha ironía. Todo eso lo he metido en una batidora y es lo que ha salido. Cuando se lo presenté a ellos se meaban de risa. Es divertido hacer ya que con un título te rías ¿no?
El teatro en España ¿está en un buen momento?
El teatro en España nunca ha estado en un buen momento, nada más que en el Siglo de Oro. Es verdad que ahora hay una vertiente más de los musicales. Hay un problema en España muy grande que es que si no tienes una cabeza de cartel a la gente le cuesta. Los jóvenes no van al teatro. De 45 a 70 son los que consumimos teatro. No hay jóvenes que vayan a ver una obra de teatro.
¿Y qué falla?
Una fórmula de acercar a los jóvenes a lo que es el teatro. Hay un problema de base que se necesita acercar al teatro igual que se acerca a otras cosas. Porque es verdad que todo entra por las redes sociales. A mí me pasó. Yo con 17 años no sabía lo que era el teatro hasta que una persona me llevó. Yo creo que necesitamos un poquito de activismo, entre comillas, de agitadores, que lleven a los jóvenes al teatro.
| LUIS GRESA