Ginés Bonillo: “He tenido que quedarme ciego para escribir con diez dedos”
Ginés Bonillo (Zurgena, Almería, 1961) ha sido siempre un hombre de libros, de lecturas prolongadas y escrituras muy pautadas y documentadas. Después de un cuarto de siglo como profesor de Lengua y Literatura, los últimos once años en el Instituto ‘Alborán’, perdió la vista a los 51 años por una sucesión de circunstancias que le condujeron a un glaucoma. No fue tarea fácil, pero, con la ayuda de la ONCE, el profesor Bonillo se reinventó volcándose en otro tipo de enseñanza, la de generar pasión por la lectura en el taller de escritura creativa para ciegos de la ONCE en Almería. Los frutos de ese empeño pueden leerse en el Blog ‘Los ojos rebeldes’. Este mes publicará su tercer libro, ‘Los caballos del agua’ una colección de relatos que también se han visto afectados por la pandemia del Covid-19 | Luis Gresa
¿Cómo nace en usted la pasión por escribir?
Con 12 años decidí que quería ser profesor de Lengua y Literatura. Estaba en 6º de EGB. Ha sido una materia que me ha atraído siempre. En el Instituto estaba deseando ir abandonando las materias de Ciencias y centrarme en las de Letras. En la Universidad estudié Filología Hispánica y he escrito de siempre.
¿Cuáles son las primeras lecturas que le marcaron en su infancia y adolescencia?
Yo procedo de una familia, como se dice eufemísticamente, humilde y no tuve grandes lecturas. Recuerdo que el primer libro que compré por mi cuenta fue ‘La vida sale al encuentro’, de Martín Vigil. Ese libro lo leí cinco o seis veces. Y después la formación académica en el Instituto me ha ido marcando con la lectura de los clásicos.
¿Y cómo surgió esa vocación a esa edad tan temprana y con tanta claridad a los 12 años?
No hubo ningún profesor que me marcara especialmente, simplemente me gustaba la materia. Siempre me ha gustado la Lengua y la Literatura, es mi pasión. El conocimiento de la Lengua, del español, su estudio científico, y la Literatura.
¿Cree que la pasión la lectura y la literatura se transmite en el aula de forma adecuada?
En líneas generales, no. El problema es complejo, pero en muchos centros se impone la lectura de clásicos a edades muy cortas, frente a lecturas juveniles, como si así se fuese a salvar la literatura y, de paso, a la humanidad. Además, me temo que todos vamos apurados de tiempo, tanto los profesores como los alumnos. Vamos a salto de mata, a intentar salir del apuro del momento, de ese día, de esa semana. Creo que esa afición Se puede transmitir mejor de padres a hijos. Muchos niños de 7, 8 y 10 años son buenos lectores. ¿Y qué leen? Lo que le regalan los padres y allegados, lo que les orientan los familiares. Creo que es en gran medida una labor más de padres que de profesores, animar a la lectura.
¿Cómo se transmite esa pasión?
Pues hablándole del libro, compartiendo una lectura con ellos, llevándole por una lectura guiada, comentada. Porque luego en el aula, los alumnos nos ven como el enemigo entre comillas. El enemigo que tiene que juzgarlos. Somos fiscales y jueces de su aprendizaje y no nos dejan de ver al final como el profesor que les va a poner la nota, los va a juzgar, y eso, inconscientemente es complicado.
Por lo tanto la principal responsabilidad recae en los padres.
Para mi si. A lo mejor es lo que he visto yo en mi familia. Es lo que hago con mi hija. El profesor está cuatro horas a la semana en el mejor de los casos, a veces dos, con los alumnos, los padres están el día entero, el resto de la vida. La educación principal la dan los padres y para la lectura igual en condiciones de familias vertebradas. Si existen problemas en el entorno familiar del niño, la cosa se distorsiona claro.
“La poesía es un análisis de la propia experiencia”
Bonillo dirige el taller de lectura y escritura creativa de la ONCE en Almería
Su primera publicación, año 2002, fue una recopilación de poesía ‘Caligrafía del Deseo’. Cuéntenos que había detrás de esos poemas. ¿Por qué poesía?
De los 300 poemas que tiene uno en el disco duro del ordenador reuní 21 en tres bloques hablando de la intensidad del deseo, en el sentido amplio de la palabra, no solo en el sexual, aunque en la portada aparece un dibujo extraordinario de una mujer desnuda.
En la poesía parece como si el autor desnudara más su ‘yo’ más íntimo.
La literatura es arte, ficción. Y tan ficticia es la poesía como la narración. El lector cree que el autor se desnuda más en un poema, pero la poesía tal y como yo la entiendo, en esta corriente que triunfó a partir de los años 50 que es la poesía de la experiencia, cuyo maestro principal en España fue Jaime Gil de Biedma, la poesía surge de un análisis de la propia experiencia, a través de un personaje poético que no es el autor. Y en ese análisis se disecciona la experiencia propia pero incardinada en un mundo generacional. En una literatura generacional. Por lo tanto descubre una intimidad colectiva, hasta el punto de que cualquier vecino puede verse reflejado en esa experiencia presentada como individual en el poema. Quiero decir que la experiencia personal, tratada como sea en poesía o en relato, es muchas veces repetida, en el sentido de que le ha ocurrido a muchos otros. Mi poesía parte siempre de una experiencia individual, que puede ser mía o de otro, pero en todo caso, real. Mi literatura es realista, afincada en la más amplia variedad de la realidad; y sabiendo que la realidad sobrepasa en ocasiones a la fantasía.
¿Ha escrito poesía durante el confinamiento?
No, he escrito relatos. Y como hago siempre en Navidad, que envío un relato a los amigos como regalo, ahora durante el confinamiento lo he hecho también, cada día he enviado un relato mío o de un autor conocido, hasta 65. Cuando se levantó el estado de alarma corté.
¿Se siente más libre escribiendo poesía que relatos?
¿Libre? No, en cada momento apetece escribir una cosa u otra, cada asunto te pide que sea poesía o relato. Igual que hay relatos mayoritariamente dialogados frente a otros narrativos, hay argumentos que se decantan por el verso y otros por la prosa. Empecé con poesía y cada vez he derivado más al relato, le veo más sentido al relato ahora. Es que los procesos son complejos y el cambio es el motor de la historia y de la vida de cada uno de nosotros. Y como siento la creación literaria ahora también es diferente a como la sentía hace unos años. Le veo más sentido ahora al relato que a la poesía. Pero es una cuestión de evolución personal. Siempre he escrito poesía, después escribí literatura crítica sobre otros, y estudios lingüísticos, pero conforme se pierde la vista se hace más complicado documentarse para afrontar un estudio crítico sobre un autor o cualquier asunto; por eso, cada vez he ido centrándome más en la creación.
“Estoy leyendo y escribiendo más que nunca”
Ginés Bonillo muestra la portada de su anterior libro ‘El avión a Kinshasa’
Hay un Ginés Bonillo muy distinto al de antes y después de la ceguera. ¿También ha cambiado el escritor?
No, creo que no. De hecho la mitad de los relatos que aparecen en el libro ‘El avión a Kinshasa’ (del año 18) y muchos de ‘Los caballos del agua’, estaban escritos antes. Nadie encontraría diferencias, ni yo ni nadie. No hay diferencia porque el escribir es una actividad mental, que yo relaciono mucho con el recuerdo, la memoria, con sucesos y vivencias, con la experiencia acumulada. Y la experiencia está en la mente, no está a la vista, está grabada en el recuerdo, en la memoria. Cuando yo perdí la vista con 51 años tenía mi forma de escribir muy hecha, mi estilo ya formado, mi temática y variedad argumental también muy definidas. Lo único reseñable es que antes escribía mirando al teclado y a la pantalla, y ahora con auriculares mientras puedo mirar a cualquier punto del infinito. Y por supuesto que ahora la temática de la discapacidad si aparece en ocasiones.
¿Qué le ha cambiado como persona la ceguera?
La ceguera me ha cambiado mucho. He dejado mi profesión que adoraba. Disfruto mucho menos de los viajes, por ejemplo. La vida te cambia porque el sentido de la vista, de los cinco, no sé si ocupa el 70 o el 80% de la percepción y tienes que fiar tu vida al oído y el tacto. Por lo demás me he adaptado. No soy pesimista en absoluto. Al contrario, soy voluntarioso, sigo siendo optimista como antes, pero no dejo de reconocer la realidad. Es que no es lo mismo perder la vista con 5 años o con 9, con 17 o con 32, que perderla con 51. Yo tenía mi vida profesional hecha. Si la hubiese perdido con 17 años quizá hubiera hecho lo posible por trabajar, porque tienes ese deseo de realizarte, pero con 51 yo ya estaba realizado profesionalmente. Lo que quería era tranquilidad, quería concentrarme y saborear la pasión de mi vida. Y me jubilé para dedicarme a mi pasión, leer y escribir, y ahora que tengo todo el tiempo del mundo estoy leyendo y escribiendo más que nunca. Es curioso que tuve que quedarme ciego para aprender mecanografía y escribir con los diez dedos. Que es algo que le agradezco a la ONCE. Cada uno en la ONCE puede encontrar aquello que necesita. Y yo he encontrado en la ONCE sobre todo el asesoramiento tecnológico, enseñarme el manejo de los lectores de pantalla. Yo escribí artículos, ponencias y estudios de más de 300 páginas con dos dedos, y he tenido que quedarme ciego para aprender mecanografía. ¡Ironías de la vida! Lo cual demuestra que la debacle siempre deja algún despojo aprovechable.
Iba a preguntarle por cómo fue ese encuentro con la ONCE en su vida, pero ya ha contestado.
Yo estuve tres o cuatro años arrastrándome por el Instituto, contando los peldaños que tiene cada escalera para ir a clase, dependiendo de otros, incluidos los alumnos, hasta que un día me dije que no podía seguir así. Me quedé a cero. Me tiré seis meses rumiando en el sofá el bolo digestivo que tenía encima. Y a los seis meses vine a la ONCE, buscando asesoramiento jurídico frente a mi jubilación. Fueron muy amables comprendiendo mi situación.
¿Cómo surge la idea de poner en marcha el taller de lectura y escritura creativa?
En su día estudié los talleres de poesía de la Nicaragua sandinista de los años 80. Cuando vine aquí propuse que me dejaran una hora para que los asistentes al taller de lectura pudieran asistir a continuación a otro de escritura creativa, porque estoy convencido de que esas personas generalmente mayores tienen mucho que contar acerca de su vida, lo único es el problema de redactarlo, trabajar el estilo. Al principio eran 10 o 12. Cada vez hemos ido siendo menos y al final hemos quedado seis o siete, que hemos sido los que hemos publicado nuestros textos en el blog ‘Ojos rebeldes’.
¿Qué es lo que le resulta más gratificante de esa experiencia?
Ha sido una forma de continuar las clases y mi labor pedagógica, mi tarea profesional de otra forma; pero sin el agobio de tener que poner un examen y una nota. Y ha sido gratificante al máximo. Tu sabes lo que significa que un señor con 86 años te diga: “Ginés, estoy deseando que llegue el miércoles, para encontrarnos en el taller”. Así que hemos acabado convirtiéndonos en amigos. A todos nos gusta hablar mucho y comentar lo leído, enriqueciendo la lectura y, de paso, la convivencia.
Cuéntenos, ¿qué va a encontrar el lector en ‘Los caballos del agua’?
18 relatos muy independientes unos de otros, muy dispares en la extensión. Algunos de una página y otros con 24, y en temática también. Están agrupados en cinco apartados: ‘La historia’, sobre la vida que reelaboro en el siglo XVI y años 40; dos apartados, ‘Los días’ y ‘Las tardes’, que incluyen relatos donde predominan las pinceladas de humor, ingenio e ironía; un cuarto, ‘La noche’, que recoge historias de misterio y terror; y un quinto apartado de sentido autobiográfico, que podrían ser los dos primeros capítulos de mis memorias en el futuro, desde el día en que nací hasta la pubertad.
La pandemia del coronavirus lo ha trastocado todo. Como ciudadano, ¿cuál es su preocupación en la España de 2020?
La misma preocupación que la del 99%, la salud. Con lo a gusto que estábamos…
¿Ha sido fuente de inspiración en algún sentido?
En absoluto. Sé que ha habido gente que ha compuesto canciones, poemas, relatos. Yo lo único que hice fue el primer lunes del confinamiento empezar a enviar un relato a los amigos y gente más próxima, a cerca de un centenar, para que ellos tuvieran algo en lo que entretenerse con la lectura, y yo con sus comentarios.
Nunca se ha presentado a ningún concurso literario, ¿por qué?
Yo conozco la realidad de los concursos y sé cómo funcionan. Hubo un momento hace 20 años que decidí no presentarme a ninguno. En mi biografía aparecerá: “No se presentó a ningún premio”. He estado en jurados y sé la dinámica. Es una cuestión de compromiso personal.
¿Una recomendación de lectura para este verano tan diferente a todos?
Por supuesto ‘El Quijote’ y ‘Cien años de soledad’, para quienes no los hayan leído, que son las dos grandes obras de la literatura universal para mi; y para quienes los conozcan, una para este verano podría ser ‘Hacia los confines del mundo’, de Harry Thompson, una novela histórica, la única de su autor porque falleció muy joven, y fue su tesis doctoral en realidad. Es un libro extraordinario, que enseña el valor del esfuerzo y del sacrificio.
Todos los libros de Ginés Bonillo están a disposición de la Biblioteca Digital de la ONCE.